En la época prehispánica, entre los mexicas o aztecas, se le conocía como copalquáhuitl: “árbol de copal”, y a la resina extraída de él como copalli: “incienso”. Por su uso religioso era conocido como iztacteteo, esto es, «dios blanco», por el color del humo que despedía.
En Mesoamérica el peculiar olor animoso y un tanto dulce del copal, dispersaba tantas metáforas como beneficios. Copal es el nombre común de la resina aromática del Bursera, una familia de arboles sagrados, endémicos de México. Suelen verse en selvas bajas caducifolias, esto es, territorios donde la mayoría de los árboles pierden sus hojas inesperadamente durante meses. En náhuatl, a este árbol se le llamaba copalquáhuitl y a su ceniza copalli, mientras que en su uso sagrado era llamado iztacteteo, el “dios blanco”.
El aroma del copal, el “incienso de la tierra“, ha sido por centurias un bálsamo universal para purificar y potencializar la abundancia. Se percibía con gran frecuencia en las casas, templos y ofrendas de prácticamente todas las civilizaciones prehispánicas. Se ha visto usado en conjuros de protección y de manera más común en rituales mágicos realizados por sacerdotes.
Expulsa las energías negativas y es un gran apoyo para procesos de sanación. Equilibra las energías, limpia y purifica los ambientes, además de aromatizarlos. Este regalo de la tierra, conecta con la divinidad, contiene una mística increíble en su aroma.